¿Quiere más desempleo? Aumente el salario mínimo

Los sindicalistas que lo promueven, los funcionarios que lo calculan, los gobernantes que lo decretan, no son parte de la legión de desempleados que seguramente trabajarían por menos del salario mínimo oficial.

Lunes 9 de Marzo de 2015

EDITORIAL

El desempleado no tiene voz -en principio porque no paga cuota sindical- y si la tuviera no la alzaría, porque se siente carente de la dignidad necesaria para hacerlo, porque se acostumbró a adoptar una postura muy humilde en las entrevistas de trabajo. Nada empobrece más el espíritu humano que la falta de actividad remunerada de alguna manera.

El desempleado, a falta de trabajos buenos, tomaría trabajos malos. Se contentaría con trabajar -y que le pagaran- cuatro horas en lugar de ocho, y no le importaría trabajar hoy y no mañana, aunque fuera sin prestaciones sociales, porque su problema es comer -él y su familia- hoy: mañana será otro día.

El desempleado no goza del principal derecho humano: el libre albedrío. Cuando no hay trabajos buenos no puede elegir tomar un trabajo malo, que aún siendo malo mitigaría sus necesidades. Sindicalistas, burócratas y gobernantes decidieron que no puede haber trabajos malos, sino que sólo habrán trabajos buenos, porque para ellos no existe la dura realidad de la globalización, la que obliga a los empresarios del sector real a ser competitivos globalmente, so pena de desaparecer sus empresas y los trabajos que generan.

Por supuesto que hay algunos empresarios desalmados capaces de explotar desmedidamente el recurso humano de que disponen, pero son inmensa mayoría los que contratarían al desempleado que golpea su puerta pidiendo trabajo, en tareas que no son de ocho horas, que no son de todos los días, para las cuales no puede asumirse el costo que genera un puesto de trabajo de cuarenta horas semanales, para el que un burócrata decretó una remuneración mínima no ajustada a la realidad de economías como las centroamericanas.

Las economías que funcionan bien, como cualquier empresa, son las que hacen un buen uso de los recursos humanos de que disponen, comenzando por la fuerza laboral. Las pequeñas élites burocráticas de los países centroamericanos, que han alcanzado índices de bienestar próximos a los de los países desarrollados, tienen como axioma el todo o nada: el trabajo debe ser seguro y bien remunerado, y si no puede ser así, que no sea.

Basta de creernos primer mundo.

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